“Historia, epidemias y política”
“La noche triste” (Detalle), Juan Bernal Ponce (1992)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr
Rolando Canizales Vijil
Departamento de Historia
Universidad Nacional Autónoma de Honduras
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Número 8
Publicado: 6 de mayo de 2020
En las redes sociales y periódicos circulan muchos escritos en torno a si el reciente virus que provoca la enfermedad Covid-19 ha igualado o, por el contrario, ha profundizado las diferencias sociales de las sociedades del mundo capitalista. Aquí no daré por zanjada esta cuestión. Tampoco la abordaré de forma directa. Me interesa más observar las implicaciones que tiene una discusión de este tipo en la formulación del conocimiento desde las ciencias sociales, especialmente desde la historia.
En los últimos años los análisis de las ciencias sociales se han fijado la meta de lo interdisciplinario. Hace un tiempo, antes de la multiplicación de las especialidades científicas, los estudiosos vienen haciendo intentos por explicar de la mejor forma posible las epidemias y los mal comprendidos “desastres naturales”. No ha sido hasta hace poco que algunos historiadores/as comienzan a tomarse en serio lo de las dimensiones ambientales o ecológicas en la interpretación de hechos históricos.
En términos biologicistas, el virus del Covid-19 pareciera una fuerza ciega, movido por un incansable afán de replicarse, secuestrando y destruyendo las células de cualquier humano que se cruce por su camino. De momento sabemos que su programación genética, no le hace preferir un perfil étnico-cultural o socioeconómico en especial. Está programado para intentar infectar a la población humana en general.
Pero en las epidemias hay en juego también factores que catalogamos de “sociales”: grados de malnutrición, pirámide de población, estructura pública de sanidad, disponibilidad de recursos para cumplir las cuarentenas, seguridad alimentaria, etc. Grandes eventos de la historia, que han sido analizados desde el único prisma de la política y la economía convencional, piden una interpretación renovada que considere el entorno biofísico de las sociedades.
Pensemos en algo tan en apariencia alejado de las explicaciones ecológicas como el colonialismo europeo instalado en América a partir de 1492. Aunque hace un tiempo Alfred Crosby propuso el término de “imperialismo ecológico” (1988) en una de sus obras más reconocidas entre los historiadores ambientales; el colonialismo y el declive de la población nativa se siguen analizando en unos términos que no aportan a la comprensión integral de esos hechos. Pongamos de ejemplo la relación entre las epidemias y la violencia de la conquista. En todos los debates públicos he notado que las epidemias son vistas de dos formas: un atenuante de la maldad o crueldad de los conquistadores españoles, a quienes busca eximirse de las responsabilidades en la caída demográfica, atribuyendo la culpa a los patógenos. La otra, ubicada en las antípodas por los polemistas, es minimizar o negar el efecto de las enfermedades para realzar la conducta sanguinaria de los conquistadores. Abrazar una sola de las dos posturas es equivocado. Las enfermedades y el colonialismo son procesos o fenómenos que no se excluyen mutuamente.
Las investigaciones comprueban que las enfermedades infecciosas representaron un factor no menor en la reducción demográfica que llegó alcanzar hasta el 90-95% de la población original en el siglo XVI. La diseminación y mortalidad de las enfermedades tuvo elementos a su favor. Dos en particular: a) Poblaciones sin resistencias inmunológicas debido a que las sociedades prehispánicas habían sufrido pocas enfermedades infecciosas. Situación distinta a la de Europa, África y Asia en las que la domesticación de varias especies de animales creó una convivencia ideal para la zoonosis; b) La violencia propia de la conquista y colonización impuso otras condiciones de trabajo, entre las que destaca las instituciones de la esclavitud indígena -en la etapa inicial-, la encomienda y el repartimiento. Los ritmos y condiciones de trabajo exigidos a poblaciones enfermas influyeron en la morbilidad y mortalidad.
Si bien hay testimonios del desconcierto de colonos europeos ante la abrumadora muerte de indígenas, no hubo inocencia absoluta en cuanto al rol aliado que podía jugar una enfermedad en la empresa militar. Y es que los historiadores saben que los patógenos viajaban más rápido que las propias huestes conquistadoras. Para la conquista, en 1521, de Tenochtitlán, la capital azteca, es sabido que los sitiadores utilizaron cadáveres de personas fallecidas de viruela con el propósito de propagarla entre los defensores. La táctica funcionó, pues las fuerzas indígenas sufrieron los estragos de la enfermedad. Unos años después, en el Perú, Francisco Pizarro enviaba al frente de sus ejércitos a soldados o esclavos inmunizados naturalmente con lienzos impregnados de las secreciones de los enfermos de viruela. También regalaba a los indígenas prendas que habían usado personas infectadas (Diomedi, 2003, pp. 21-22). Pizarro, valiéndose de las divisiones y las guerras fratricidas que enfrentaban a los herederos al trono del Imperio Inca, pudo realizar su conquista con pocos hombres. Estas luchas dinásticas internas se habían agudizado unos años antes por la muerte de dos gobernantes a causa de la terrible enfermedad.
El cataclismo demográfico ocasionado por las enfermedades ayudó al dominio de los invasores. Con el tiempo este daría forma a la ideología colonialista de la modernidad. Las culturas nativas, al ser puestas al borde de la extinción física y en un estado total de desesperanza, poco pudieron hacer para resistirse a la adopción de los valores foráneos. ¿Qué otra explicación podía haber para la aniquilación, que la supuesta superioridad del dios cristiano pregonada por los misioneros o el castigo por la adoración de dioses falsos?
Los blancos, además, confirmaron el mito del conquistador invencible que por su superioridad somete a poblaciones y territorios. Digo mito porque resulta poco heroico someter a poblaciones enfermas por la viruela, el sarampión y la gripe.
La historia de las epidemias en el período contemporáneo está todavía en pañales. Algunos estudios recientes apuntan a que las condiciones de trabajo en la costa norte en las primeras dos décadas del siglo XX, donde funcionaba la agricultura industrial del banano, están relacionadas con los graves perjuicios que provocó la fiebre amarilla. También con el reforzamiento de las ideologías raciales del imperialismo estadounidense (Martínez, 2020).
“Pero en las epidemias hay en juego también factores que catalogamos de “sociales”: grados de malnutrición, pirámide de población, estructura pública de sanidad, disponibilidad de recursos para cumplir las cuarentenas, seguridad alimentaria, etc”
El COVID-19 llegó a Honduras en un momento histórico en que varios factores sociales y políticos son los peores: contaminación del aire y crisis de agua potable en los centros urbanos, sistemas agrarios frágiles y desprotegidos; abandono del sistema de salud público -ya de por sí débil- y redes de corrupción y crimen organizado enquistadas en el Estado que malversan fondos públicos y debilitan la institucionalidad. Pero de todos, el más preocupante es la nula legitimidad política del gobierno, a raíz de una reelección ilegal e impopular, coronada con un fraude electoral colosal y varias decenas de asesinatos políticos en el 2017. Sin liderazgo político, los problemas de una sociedad ante una pandemia se multiplican.
En las actuales circunstancias, la gestión de la crisis sanitaria pinta un panorama sombrío por estos hechos:
1. Falta de voluntad para integrar a personal médico científico en el diseño de la estrategia de combate de la epidemia. El gobierno hondureño se ha hecho acompañar de empresarios. Eso ha vuelto inconsistente la cuarentena. Han autorizado la apertura de algunos negocios a los que nadie encuentra utilidad como las ferreterías. Hay un discurso oficial que alude a una reactivación a corto plazo de la economía con la suspensión o relajamiento de la cuarentena. Esto sin haberse alcanzado el pico de contagios y mucho menos haber identificado los brotes epidémicos.
2. Una batería de leyes que, pese a los nombres engañosos, no constituye un programa de asistencia social hacia los sectores vulnerables. La legislación, aparte de autorizar el uso de cantidades inusualmente altas de dinero para compras directas sin licitaciones, beneficia a los industriales con exenciones fiscales. Decreta préstamos que no flexibiliza ni agiliza el sistema bancario. Tampoco se define una política crediticia para la economía informal, principal sostén de los hogares hondureños. Por ello es de esperarse que su efecto principal sea el de aumentar el yugo financiero que aqueja a las clases medias. En todas las leyes emitidas no hay mínima referencia a medidas que tendrían un impacto social mayor: suspensión de pagos de servicios básicos (agua y electricidad), alquileres de viviendas, anulación del impuesto sobre la venta de bienes de consumo popular, etc. Se decretó el pago de 6,000 lempiras mensuales, durante tres meses, para los trabajadores que cotizan en el Régimen de Aportaciones Privadas (RAP). Las estimaciones es que este “aporte solidario”, en el mejor de los casos, beneficie a un 5% de la Población Económicamente Activa (PEA). Una medida insuficiente ante el confinamiento de casi toda la población.
3. El gobierno transmite un mensaje de tranquilidad para los empresarios y, a la vez, propala declaraciones catastrofistas dirigidas al público. Se garantiza la “salud” de la economía, es decir, de las entidades abstractas que son las empresas, pero se avisa que la “salud” real de las personas sufrirá horribles efectos. Tal vez la intención es asentar el miedo y así evitar acciones de auditoría social por parte de la sociedad civil. Con pocas restricciones podrán avanzar una agenda incompatible en su mayor parte con la democracia.
Sin duda, la epidemia del Covid-19 es más que un hecho biológico externo a las dinámicas sociales. Su propio origen está vinculado a las actividades humanas sobre la diversidad de los ecosistemas. La llegada de la epidemia a Centroamérica tendrá consecuencias variadas, aunque la cepa sea la misma. En Honduras, el contexto social apunta a unos efectos sanitarios, económicos y culturales-políticos negativos, mayores quizá a los de muchos países que la han enfrentado de otra forma y que diseñan políticas sociales en las que el interés público no se difumina tan fácilmente en el fundamentalismo de la sociedad de mercado.
Referencias para el debate
Crosby, A. (1988). Imperialismo Ecológico. La Expansión Biológica de Europa, 900-1900. Barcelona: Crítica.
Diomedi, A. (2003). La Guerra Biológica en la Conquista del Nuevo Mundo. Una Revisión Histórica y Sistemática de la Literatura. Revista Chilena de Infectología. 20(1): 19-25.
Martínez, Y. (2020). Actores, discursos y comportamientos en contextos de las epidemias y la política de salud pública en Honduras, a propósito del Covid-19. Historiadoras feministas [Blog]. Recuperado de https://historiadorasfeministas.wordpress.com/2020/04/17/actores-discursos-y-comportamientos-en-contextos-de-las-epidemias-y-la-politica-de-salud-publica-en-honduras-a-proposito-del-covid-19/?fbclid=IwAR2t53IUSVUqZmCfmtVdLe5tbjIbWJ3W6gKsOI7X0F73Zt3Pds62LqcQFJo