“Autoritarismo y coronavirus”

“Nicaragua”, Juan Luis Rodríguez (1980)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

Carlos Gregorio López Bernal
Universidad de El Salvador
cglopezb@gmail.com

Número 4

Publicado: 24 de abril de 2020

Daniel Ortega, llevaba 34 días sin aparecer en público, aunque su país enfrenta como todo el mundo la amenaza del Coronavirus. Apenas se refirió al tema, solidarizándose con las víctimas de la pandemia, pero no dio ningún lineamiento puntual sobre cómo los nicaragüenses deben protegerse del virus. Al contrario, gastó buena parte de su intervención para hablar en contra de las bombas atómicas. Fue el líder de la última revolución de izquierda triunfante en América Latina y representante de una clase política condenada a la extinción. Nayib Bukele gobierna a través de Twitter, literalmente inunda el espacio virtual con breves, tajantes e intolerantes mensajes, mediante los cuales ordena ipso facto a su gabinete lo que tiene que hacer, y a la población lo que debe pensar. Es el presidente más joven, y según él, el más “cool” de todos. Se dice un milenial que rompió con las prácticas políticas del pasado.

En apariencia, Daniel Ortega y Nayib Bukele están en las antípodas. No solamente en términos de edad, el uno decrépito y el otro vigoroso, sino de pensamiento político. Ortega viene de una izquierda que se llamó revolucionaria, pero gobierna de manera muy reñida con la democracia. Bukele despotrica contra la izquierda y la derecha y en general contra todos los políticos, y no se preocupa demasiado por las etiquetas que lo puedan ubicar en algún sitio del espectro político.

Frente al Coronavirus, Bukele tomó medidas tempranas, drásticas y consistentes. Desde un inicio insistió en que si no se actuaba rápido, el país podría enfrentar un escenario catastrófico, casi apocalíptico. Lleva más de un mes de acciones contundentes tales como: cierre del aeropuerto, cuarentena domiciliar, cierre de la mayoría de centros productivos y comerciales, retención obligada de sospechosos de ser portadores del virus, etc. En cierto momento decidió dar un subsidio de $300.00 a los desempleados y a los que resultaran afectados por la cuarentena, con lo cual provocó que miles de ciudadanos abarrotaran los bancos que supuestamente entregaría el dinero, poniendo a todos en riesgo de contagio. Logró que se le aprobara dos mil millones dólares de deuda para enfrentar la crisis. Dice que construye el hospital más grande de Latinoamérica, solo que este demorará más de tres meses para que esté listo. En las últimas semanas ha entrado en un constante enfrentamiento con la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional, porque según él “obstaculizan” la acción del gobierno.

“La Sala no tiene facultades para implementar o quitar medidas sanitarias, ni para decidir sobre contenciones epidemiológicas”, dijo el mandatario, en abierto rechazo a las últimas resoluciones de la Sala de lo Constitucional. Fiel a su estilo provocador y tajante afirmó la Sala tiene “un deseo mórbido” para matar salvadoreños y añadió que “5 personas no van a decidir la muerte de cientos de miles de salvadoreños. Por más tinta y sellos que tengan”. En resumen, para Bukele solo el órgano ejecutivo debe decidir qué hacer para enfrentar la amenaza. Opinión que, según sus altos índices de aprobación en los sondeos de los medios, es compartida por buena parte de la población. En todo caso, nadie podría decir que el gobierno salvadoreño no ha actuado; otra cosa es el modo cómo lo ha hecho.

 

“Ortega viene de una izquierda que se llamó revolucionaria, pero gobierna de manera muy reñida con la democracia. Bukele despotrica contra la izquierda y la derecha y en general contra todos los políticos, y no se preocupa demasiado por las etiquetas que lo puedan ubicar en algún sitio del espectro político”

 

Nicaragua prácticamente no ha tomado acciones contra la pandemia. Por el contrario, el gobierno parece ir a contracorriente de los lineamientos de la OMS y del más simple sentido común. No ha suspendido las clases ni la actividad productiva. En lugar de asumir el “distanciamiento social” para evitar los contagios, convoca a multitudinarias actividades públicas como una marcha que dio en llamar “Amor en tiempos de CONAVID 19”, o las procesiones de Semana Santa, no obstante que la Iglesia Católica las suspendió. Ortega y su esposa pretenden que Nicaragua viva en una “normalidad” peligrosa y dejan al país en una condición muy vulnerable. Es obvio que el gobierno nicaragüense hace una apuesta arriesgada e irresponsable. Hasta hoy el número de contagios y muertes es mínimo, pero todo parece indicar que esto se debe a la baja aplicación de pruebas realizada.

Así las cosas, las acciones tomadas contra la pandemia en El Salvador y Nicaragua parecen mostrar los extremos de lo que se hace en Centroamérica: un gobierno que toma medidas tempranas, drásticas y sostenidas, frente a otro que opta por la inacción y la irresponsabilidad. Sin embargo, en ambos casos eso ha sido posible por el estilo autoritario de los gobernantes. Desde un principio Bukele pintó un panorama apocalíptico que solo podía ser evitado si se le daba mano libre para actuar. Todo lo que a su juicio limitara u obstaculizara al ejecutivo ponía en riesgo la salud del pueblo; de ahí su constante descalificación a los otros órganos del Estado y a las organizaciones de la sociedad civil que no comparten sus planteamientos. En Nicaragua, Ortega no tiene oposición, al menos no articulada políticamente. De ahí que su desidia frente a la emergencia pueda disfrazarse de normalidad. Aun así, los nicaragüenses intentan protegerse por su cuenta, con los mínimos recursos a su alcance, que prácticamente se reducen a recluirse voluntariamente en sus casas.

El Salvador y Nicaragua dejan ver cómo el autoritarismo se cuela o se confirma en la manera cómo sus gobiernos enfrentan la crisis. Bien hace Bukele al tratar de impedir que el virus se expanda por el país; nadie en su sano juicio negará la necesidad de hacerlo. Pero sus ímpetus autoritarios, su inmadurez política y su negativa a escuchar a aquellos que no sean de su círculo de incondicionales, dejan serias dudas sobre su compromiso con la democracia, y seguro limitan la efectividad de sus acciones. Ortega ya no tiene que cuidarse de formalismos democráticos, pero realmente sorprende la displicencia e irresponsabilidad con que trata el asunto. El uno omnipresente en las redes sociales, pretende resolver cualquier problema o disputa en el estrecho margen de los 280 caracteres de Twitter, el otro ausente por largos periodos, gobierna a través de su esposa. Sin embargo, el coranavirus deja ver el gen autoritario que comparten.